A pesar de ser devota imagen, nunca ha perdido su instinto de independencia.
Sale a obscuras buscando el relato de su propia existencia.
Rasga el desgane de los hombres tristes.
Posa sus huellas en un rito que solamente sabe su dueño
singular en su acercamiento a la pantorrilla humana, evoca a un conjuro espiritual, donde solamente él se permite el lujo de sentarse entre las piernas a mirar el universo
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