El jardin de las delicias

El jardin de las delicias
El Bosco

martes, 19 de febrero de 2013

El elefante


Lo conocemos. En los libros de historia, en el zoológico, inadaptado, cuando pensamos en cosas grandes y de singular forma vemos su silueta en la televisión, en algún programa educativo.
Elefante de una vida; compleja aventura llena de retos personales. Dentro de su piel seca, grandes orejas, ojos pequeños que parecen perderse en la majestuosidad de su cuerpo y aquellos colmillos de marfil vírgenes. Se adapta la vista de la sabana o la selva de la India, viven en una tregua total en relación con el hombre.

Se ha dejado marcar y montar. Fue pintado o en las paredes de los templos, se le ha imaginado de tantas formas y tamaños: El esoterismo lo multiplicó por siete, el cine lo deformó haciéndolo rosa y extravagante, incluso le dieron voz cuando pareciera que él solo prefiere quedarse en silencio. Ya no murmura en público.

Su muerte siempre es mal vista en el mundo; Las personas lo buscan para entablar una charla con un rifle entre las manos. Pero él no hace mucho, sabe que es difícil esconderse, en cambio, emigra lejos hacia donde la vida corre en cada estación. No le gusta viajar solo, gusta de escuchar los pasos de sus congéneres.

¿Los elefantes se aman? Desde la punta de su existencia hasta la robusta trompa, sienten el menor susurro, consideran el amor como un rito lleno de rivalidades, con fidelidad eterna. Su dolencia la conforman cientos de sacrificios, caminos largos que van hacia ninguna parte. Lo cierto es que son amantes propios. Reservados y educados.

Ante la barbarie que enfrentan, recuerdan que en el fondo el hombre nunca fué tan dejado de si mismo; nos dieron el perdón que no se gana, ahora que sus vidas decaen en la extinción que parece inevitable. Algunos que viven bajo el espectáculo se olvidaron de la libertad y solo hacen presencia de un cuerpo marfil que ya está vació.